25.07 – 03.08  MALLORCA · 25.07 – 25.08  FILMIN.ES

2.8.25

Ojos Magnificadores: el cine de Shinji Somai y Edward Yang

Atlàntida Clàssics nos brinda la posibilidad de ver nuevamente películas de otros tiempos o vivirlas por primera vez en una sala de cine. Pero lo más bonito que podemos hacer al programar un ciclo de estas características es, más allá de recuperar grandes títulos que no necesitan presentación alguna, destacar esas cinematografías y pequeñas joyas aún por descubrir que merecen nuestra atención y nos hablan de alguna manera del presente.

A principios de los 80 se daba el pistoletazo de salida a las carreras de dos grandes directores, Edward Yang y Shinji Somai, que marcaron un antes y un después para el cine de sus respectivos países, Taiwán y Japón, y cuyas obra recuperamos en esta 15ᵃ edición del festival.

Estuvieron activos durante las mismas décadas y no hay evidencias de que llegaran a coincidir nunca. Con esta selección proponemos generar un encuentro entre los autores y establecer un diálogo en torno a sus formas de representación de la infancia. 

«YI YI»

“Mi tío dice que vivimos tres veces más desde que el hombre inventó el cine”.

“¿Cómo puede ser eso?”.

“Significa que el cine nos da el doble de lo que obtenemos de la vida cotidiana”.

                                                                                                                                          ( «Yi Yi»)

A la puerta de entrada del nuevo siglo se estrenaba un film que pasaría a considerarse internacionalmente como una de las mejores películas de la historia del cine. «Yi Yi» es una obra inconmensurable, una epopeya familiar multigeneracional, que nos hace experimentar la vida de una forma única durante sus casi tres horas de duración, un  tiempo con el que Yang consigue capturar todo el espectro de la existencia humana: nacimiento, infancia, adolescencia, adultez, la vejez y finalmente la muerte. Es la última película que rodó el director y la pieza culminante de su carrera, con la que fue galardonado en Cannes con el premio al Mejor Director y compitió por la Palma de Oro.  

La familia protagonista de este relato coral empieza a colapsar tras el accidente que sufre la abuela, la matriarca, que la deja en cama en estado comatoso. Cuando el doctor sugiere que hablen con ella, cada miembro de la familia se encuentra frente a un espejo que refleja sus propias vidas. Así, tanto adultos como jóvenes del linaje se topan con sus problemas personales y comprenden lo desconectados que están de sí mismos.

El único que parece no afectado por los ritmos de la vida moderna y la bulliciosa y cosmopolita ciudad de Taiwan es Yang Yang, el nieto de 8 años que observa el mundo  con una curiosidad y creatividad silenciosa.  Un  niño que se nos presenta ataviado con una cámara analógica y que a lo largo de todo el film se dedica a fotografiar de manera obsesiva las nucas de la gente, al ser la única parte de nuestro cuerpo que no podemos ver nosotros mismos, ese aspecto que queda siempre fuera de nuestra percepción.  

“Es cierto que Yang Yang es incomprendido por los adultos, pero la película también transmite un mensaje más amplio a través de las fotos de la nuca: hay un punto ciego en todo intento de comprender a los demás.”  

(The Child with His Camera: Mimetic experiencies in Edward Yang’s Yi Yi, Paul Fung)

Parece que el remedio a los males de la adultez y la vida moderna se encuentra aquí, al crecer nos convertimos en una parte más de la maquinaria aparcando la imaginación y la capacidad para fascinarse a un lado. Dejamos de ver la belleza que rodea el camino, de sentir curiosidad por las personas, por el mundo que nos envuelve,  avanzamos en una monótona línea recta y sin desviar nunca la mirada.

«MOVING» y «EL JARDÍN DEL VERANO»

“Estoy convencido de que, al igual que otros cineastas de su generación, como Edward Yang, Hou Hsiao-hsien y Takeshi Kitano, el nombre de Shinji Somai merece ser redescubierto hoy más que nunca”. (Hirokazu Koreeda)

Shinji Somai fue una figura fundamental para la renovación de la fe en las salas en una  franja temporal que se conoce como la década perdida del cine japonés y es considerado por el crítico Shigehiko Hasumi como “El eslabón perdido entre el fin del sistema de estudios de Japón y el auge del cine independiente”. 

Sin embargo, en occidente su nombre pasó injustamente desapercibido aun cuando su film «Moving» fue presentado en la sección Un Certain Regard en Cannes en el año 1993. Cabría preguntarse ¿década perdida a los ojos de quién?  Si bien es cierto que el colapso del sistema de estudios acabó con una forma de hacer, dio pie a otras y a la posibilidad para nuevos cineastas de experimentar sin las restricciones impuestas por el aparato. Al tomarnos al pie de la letra esa asunción sobre el cine japonés producido en los 90 somos nosotros los que nos hemos perdido, no solo grandes películas, sino un momento crucial en la historia de su cine que tomaba un rumbo completamente nuevo y distinto, desmarcándose de su tradición anterior. 

Recuperemos el tiempo perdido, el cine perdido, recuperemos a Shinji Somai.

“Moving es un punto de inflexión en la carrera como director de Shinji Somai y una película que marca un hito. (…)  Después de verla, tuve la confirmación de que Shinji Somai era el mejor cineasta de su generación, lo que lo colocó inmediatamente como el único director al que esperaba superar”.

Hirokazu Koreeda

«Moving» puede ser traducida al español como «El traslado». El título en inglés, que decidimos mantener, tiene doble capa: habla a su vez del hecho que el padre de Renko, la niña protagonista, se separa de su familia y también de la acción de moverse, pues el largometraje va a ser una carrera constante por parte de la hija en un intento de reestablecer el vínculo familiar que se ha roto.

Un film que, como  «Yi Yi», vemos con los ojos magnificadores de la infancia a través de su protagonista, un film que a su manera también nos habla de los ciclos vitales, del final de una etapa y del comienzo de otras, y que opera, como es una constante en la filmografía del cineasta, a un nivel elemental y simbólico.

El «Jardín del verano», a grandes rasgos, nos cuenta la historia de tres amigos que movidos por la curiosidad empiezan a hacer guardias en la casa destartalada de un abuelo con el objetivo de presenciar su muerte. Es inevitable al escuchar esta premisa recordar una película de gran éxito internacional posterior: «Cuenta Conmigo» de Rob Reiner, con un punto de partida muy similar que también gira alrededor de un grupo de amigos que emprende una pequeña aventura durante sus vacaciones de verano. Pero Shinji Somai acaba llevando esta película por terrenos inesperados y más que semejanzas con la cinta de Reiner, es una película mucho más cercana a la fantasía animada.

Se dice sobre los inicios de Studio Ghibli que sus dos primeros largometrajes representan dos caras de una misma moneda: «Mi vecino Totoro»  de Hayao Miyazaki, una película amable y llena de subtexto dirigida a un público infantil y «La Tumba de las Luciérnagas» de Isao Takahata, que, por el contrario, se trataba de una película de animación para adultos centrada en la memoria histórica de la Segunda Guerra Mundial, una obra bella, oscura, evocadora y trágica. En ningún momento la cinta esconde su clara influencia de estas dos obras de animación y en ella están además inscritas las dos lecturas.

El «Jardín del Verano», dentro de la filmografía de un director que ya de por sí no nos es muy familiar, es un pequeño tesoro escondido, que a quien asista a su visionado se le abrirán las puertas a una dimensión mágica, a una emotiva historia sobre el primer contacto de los niños con la muerte y un precioso relato sobre los cuidados y la amistad intergeneracional. 

Este fin de semana el festival se llena de clásicos vistos desde los ojos magnificadores de la infancia, sobre los ritos de paso, la familia, los principios y los finales, películas que, como esta misma selección, convergen el pasado y el presente.