Tú a París y yo a Los Ángeles. Una ventana a finales de los 90: <<Nowhere>>, de Gregg Araki, y <<El odio>> de Mathieu Kassovitz. Dos retratos explosivos de juventudes al borde del colapso que hoy vuelven a resonar con fuerza. Su espíritu provocador ha conquistado a iconos como Charli XCX o Cillian Murphy ¿Qué nos dicen estas películas casi tres décadas después? ¿Y por qué no deberías perdértelas en Atlàntida Mallorca Film Fest 2025?
Continuamos con esta sección dedicada a los clásicos que siguen latiendo a día de hoy. Y lo hacemos con una pregunta clave: ¿qué ha empujado a una pop-star como Charli XCX a aliarse con uno de los nombres más icónicos del New Queer Cinema para su regreso al cine con <<I Want Your Sex>>? ¿Y qué conecta esta obra con <<El odio>>, símbolo del desencanto de las periferias francesas? Dos miradas, una misma urgencia: entender por qué el abismo juvenil de los 90 sigue siendo el de las nuevas generaciones.
“Juro que nunca me he sentido tan deprimido, miserable y solo en mi vida. Es como si supiera que en algún lugar de este mundo debería existir alguien…solo una persona en este gigantesco, horrible e infeliz universo que pueda sostenerme entre sus brazos y decirme que todo va a estar bien”.
<<Nowhere>>
“Es la historia de un hombre que cae de un edificio de 50 pisos…para tranquilizarse mientras cae al vacío, no para de decirse, “hasta ahora todo va bien…hasta ahora, todo va bien….hasta ahora, todo va bien…Pero lo importante no es la caída, es el aterrizaje”
<<El odio>>

A finales de los años 90, el efecto 2000 llamaba a la puerta. Las calles de París eran un infierno si eras joven y tu piel no encajaba con lo que dictaba la figura política del momento: Jean-Marie Le Pen, icono de la ultraderecha francesa y padre de quien acabaría llevándolo a las instituciones, su hija Marine.
En ese contexto, tres jóvenes de orígenes y estilos muy distintos deambulan entre las secuelas de una noche de disturbios en su barrio con una pistola de un policía en las manos. El resto ya es historia del cine francés.
Cuando Mathieu Kassovitz habla de como planteó el film, lo hace con una idea clara: ofrecer una contrapartida brutal al París de postal. En sus propias palabras:
“La gente piensa en París como la ciudad de las luces, pero donde hay luz, hay sombra y donde hay amor, tienes odio”.
Antes de los chalecos amarillos, estaba <<El odio>>. Al icónico “Sound of da Police” de KRS-One que ya es historia del hip hop gracias, en parte, a la popularidad del film, se suman los gestos crispados de un Vincent Cassel en plena explosión teen angst, que hace suyo el desasosiego del Travis Bickle de Taxi Driver en una Francia en plena decadencia. Todo ello convierte a esta obra de culto en un revisionado urgente, llena de ideas pero no apta para catastrofistas. Avisados quedáis: a su lucidez no le ha salido ni una sola cana.

A diferencia de Kassovitz, cuya obra surgió en un estadio más inicial de su carrera, <<Nowhere>> fue la película más ambiciosa de Gregg Araki. Con ella cerraba su trilogía Teen Apocalypse, iniciada con <<Totally F**ed Up*>> (1993) y seguida de <<The Doom Generation>> (1995): una melancólica elegía sobre el desencanto y el vacío existencial.
Araki la definía como <<Sensación de vivir>> en ácido y lo cierto es que logró firmar una comedia universitaria queer verdaderamente singular. Multitud de historias se entrelazan —al más puro estilo Robert Altman— en un universo saturado de fatalismo, sueños rotos e identidades en crisis, todo envuelto por una estética kitsch con toques de ciencia ficción y referencias directas a la serie <<V>>. ¿Cómo olvidar a ese lagarto que va cazando adolescentes por la ciudad?

Y es que la generación retratada por Araki ya no gritaba «no hay futuro»: simplemente lo vivía. Una juventud decepcionada, marcada por la apatía y la desorientación, que llegaba al borde del nuevo milenio sin promesas, constatando la profecía de aquellos punks de los 70 que habían anunciado el colapso antes que nadie.
La realidad desdoblada del found footage que proponía <<El proyecto de la Bruja de Blair>>, donde el verdadero miedo residía en no saber si lo que veíamos era real o no; el terror tecnológico del J-Horror; los dramas viscerales rodados con cámaras domésticas del Dogma 95; o la violencia incómoda de <<Funny Games>>. Todas estas fueron piedras angulares de la llamada generación X, esa juventud intermedia que creció en los 90, obsesionada con el noise, el grunge, el nu-metal, y cuya deriva nihilista acabaría consagrada con la sátira macabra de la saga <<Destino Final>>. Una generación que incluso convirtió la casa de la portada del disco de American Football en lugar de peregrinación.

¿Por qué, entonces, estos films vuelven a convertirse en fenómenos? ¿Por qué sus imágenes y escenas inundan los reels de TikTok y vuelven locas a generaciones que no vivieron su contexto original? No es solo porque Charli XCX lo diga o porque lo impongan los algoritmos, sino porque conecta de lleno con la forma en que hoy vivimos la realidad. Sin ir más lejos, la estética de <<Nowhere>> ha ganado adeptos con los años hasta el punto de que, tras años de destierro de Hollywood, Gregg Araki fue fichado por la marca Kenzo para dirigir un anuncio inspirado en el universo de la película.

Desde aquellos lenguajes fragmentados, bastardos, frenéticos y elusivos, se anticipaba una forma de mirar que hoy resulta profundamente contemporánea. Una imagen que no se fija en el tiempo, que se escapa, que se disuelve. Imposible no ver ahí un reflejo de un mundo que vive a través de Internet, como con una especie de respiración asistida digital. Y también, imposible no conectar la relación abusiva que los personajes de <<Nowhere>> tienen con la televisión con nuestra dinámica de escapismo a través del teléfono.
Ese montaje entrecortado, esa estética de videocámara y esa narrativa inconexa remiten a un proto-Internet todavía inexistente o no democratizado. Y, en el fondo, es en esa gestualidad donde muchos encuentran, en creadores como Araki o Kassovitz, preguntas inesperadas, valientes y ante todo punzantes a cuestiones de hoy. Porque en esas imágenes hay una estética esquiva, rebelde, desacomplejada, y con un conato revolucionario que sigue palpitando.

Porque sí, sabemos que, aunque todo vaya mal en el mundo, también es genial poder refugiarse en estas películas: un poco excéntricas, un poco catastrofistas, un poco gritonas. Sirven para decirse que sí, que de momento —aunque estemos cayendo— todo va bien.